miércoles, 13 de mayo de 2009


La mascara
Cada vez que me pongo una máscarapara tapar mi realidad fingiendo ser lo que no soy, fingiendo no ser lo que soy, lo hago para atraer a la gente; luego descubro que sólo atraigo a otros enmascarados, alejando a los demás debido a un estorbo: la máscara.Lo hago para evitar que la gente vea mis debilidades; luego descubro que al no ver mi humanidad, los demás no me pueden querer por lo que soy, sino por la máscara.Lo hago para reservar mis amistades; luego descubro que cuando pierdo un amigo por haber sido auténtico, realmente no era amigo mío sino de la máscara.Lo hago para evitar ofender a alguien y ser diplomático; luego descubro que aquello que más ofende a las personas con quienes quiero intimar, es la máscara.Lo hago convencido de que es lo mejor que puedo hacer para ser amado; luego descubro la triste paradoja: lo que más deseo lograr con mis máscaras es precisamente lo que impido con ellas.

lunes, 4 de mayo de 2009


Un hombrecito con sueños de colores
Desde la tarde de un día cualquiera, en una ciudad que uno no sabe cómo se llamaba, vivía un hombre en un sanatorio.
Era un hombrecito como tú o como yo. Era un hombrecito como uno, a veces feliz, a veces no tanto.
La casa era grande. Él recorría sus pasillos. Conversaba con otros pacientes, incluso con los enfermeros y vigilantes.
Jugaba en sus patios, en sus corredores o en sus espacios abiertos. Descansaba en sus jardines. Y se aburría de todo. Y a veces de nada.
Un día llegó un médico joven y les propuso un test de personalidad, con muchas preguntas.
El hombrecito leía y respondía. Leía y respondía. Hasta llegar a una que decía: “¿Qué es lo que más te gusta de la gente?”.
El hombrecito sintió que aquella pregunta servía para algo. Y como servir para algo puede ser importante, pensó:
- “La gente es un grupo de hombres. El hombre está hecho para los sueños. Lo que más me gusta de un hombre son sus sueños... Lo que más me gusta de la gente son sus sueños”.
Eso fue lo que respondió
Comenzó a sentir una gran alegría.
- La gente puede mirarte a través de sus sueños- se dijo
Y, cuando estaba sumido en estos pensamientos, sintió que algo lo empujaba a salirse de allí.
Esperó a que empezara la noche para ser feliz. Desde el atardecer estaba contento.
En un descuido de los guardias logró escapar del lugar donde estaba recluido.
Caminó por calles y avenidas a la espera de que la gente se durmiera. Que cada uno comenzara a soñar.
Apenas uno lo hacía, le tomaba su sueño. Lo doblaba con mucho cuidado y lo colocaba en un sobre.
De ese modo juntó varios sueños. Otros se fueron volando. O se escondieron lejos de su vista. No sabemos si por temor o, simplemente, por jugar con él.
Así pasaron días, semanas, un mes. El hombrecito regresaba al amanecer y por la noche se escapaba recorriendo la ciudad para recoger sueños.
Una noche uno de los sobres quedó mal cerrado. Y por él se asomó un sueño. Se veía triste.
Abrió los otros sobres y vio que todos los sueños estaban tristes. Muy tristes.
El hombrecito regresó al sanatorio y le dijo a uno de los pacientes, un ingeniero:
- Estos sueños están tristes. Inventa algo para que estén alegres.
El otro hizo unos aparatos muy extraños. Extrañísimos. Con poleas, manivelas, espejos y alas.
Los colocó, uno a uno entre los sueños.
Los sueños se montaron en ellos y comenzaron a volar.
El hombrecito llevó todos los sueños que había guardado.
Los sueños volaron por toda la habitación. Y por las habitaciones vecinas. Pero, aún, seguían estando tristes.
El hombrecito se sintió tan mal que se escapó.
Comenzó a caminar por la ciudad.
Caminó. Caminó. Y caminando se encontró con los otros sueños, los que se habían liberado o escondido. Y vio que volaban muy felices.
- “Cuando un sueño es de uno está solo, es un sueño triste”- pensó-. “Cuando está con otros, feliz”.
El hombrecito regresó.
- Ya sé lo que necesitan los sueños para ser felices- le dijo al ingeniero.
Y se puso a doblar sueños.
El otro le ayudaba. Hacían paqueticos de regalos y los metían en sobres.
Luego se llegaron a la oficina de correos y enviaron los sobres a diversos nombres, a distintas direcciones.
A cada sobre, junto al sueño envuelto en regalo, les colocaron un cartelito que decía: “Libérame”.
Así lograron que cada sueño compartiera sus sueños con los otros sueños.
Y los trocitos de sueños que lograban asomarse por los sobres tenían forma de sonrisa.
Sabían que no serían sueños tristes, que no estarían solos: juntos serían tanto como el sueño de todos.